viernes, 16 de abril de 2010

Maria, Madre de Misericordia

118. Al concluir estas consideraciones, encomendamos a María, Madre de Dios y Madre de Misericordia, nuestras personas, los sufrimientos y las alegrías de nuestra existencia, la vida moral de los creyentes y de los hombres de buena voluntad, las investigaciones de los estudiosos de moral.

María es Madre de Misericordia porque Jesucristo, su Hijo, es enviado por el Padre como revelación de la Misericordia de Dios (cf. Jn 3, 16-18). El ha venido no para condenar sino para perdonar, para derramar misericordia (cf. Mt 9, 13). Y la misericordia más grande radica en su estar en medio de nosotros y en la llamada que nos ha dirigido para encontrarlo y proclamarlo, junto con Pedro, como «el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Ningún pecado del hombre puede cancelar la Misericordia de Dios, ni impedirle poner en acto toda su fuerza victoriosa, con tal de que la invoquemos. Más aún, el mismo pecado hace resplandecer con mayor fuerza el amor del Padre que, para rescatar al esclavo, ha sacrificado a su Hijo: Su misericordia para nosotros es redención. Esta misericordia alcanza la plenitud con el don del Espíritu Santo, que genera y exige la vida nueva. Por numerosos y grandes que sean los obstáculos opuestos por la fragilidad y el pecado del hombre, el Espíritu, que renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104 [103], 30), posibilita el milagro del cumplimiento perfecto del bien. Esta renovación, que capacita para hacer lo que es bueno, noble, bello, grato a Dios y conforme a su voluntad, es en cierto sentido el colofón del don de la misericordia, que libera de la esclavitud del mal y da la fuerza para no pecar más. Mediante el don de la vida nueva, Jesús nos hace partícipes de su amor y nos conduce al Padre en el Espíritu.

119. Esta es la consoladora certeza de la fe cristiana, a la cual ella debe su profunda humanidad y su extraordinaria sencillez. A veces, en las discusiones sobre los nuevos y complejos problemas morales, puede parecer como si la moral cristiana fuese en sí misma demasiado difícil: ardua para ser comprendida y casi imposible de practicarse. Esto es falso, porque -en términos de sencillez evangélica- ella consiste fundamentalmente en el seguimiento de Jesucristo, en el abandonarse a El, en el dejarse transformar por su gracia y ser renovados por su Misericordia, que se alcanzan en la vida de comunión de su Iglesia.«Quien quiera vivir -nos recuerda san Agustín-, tiene en donde vivir, tiene de donde vivir. Que se acerque, que crea, que se deje incorporar para ser vivificado. No rehuya la compañía de los miembros». Con la luz del Espíritu, cualquier persona puede entenderlo, incluso la menos erudita, sobre todo quien sabe conservar un «corazón entero»(Sal 86 [85], 11). Por otra parte, esta sencillez evangélica no exime de afrontar la complejidad de la realidad, pero puede conducir a su comprensión más verdadera porque el seguimiento de Cristo clarificará progresivamente las características de la auténtica moralidad cristiana y dará, al mismo tiempo, la fuerza vital para su realización. Vigilar para que el dinamismo del seguimiento de Cristo se desarrolle de modo orgánico, sin que sean falsificadas o soslayadas sus exigencias morales -con todas las consecuencias que ello comporta- es tarea del Magisterio de la Iglesia. Quien ama a Cristo observa sus mandamientos (cf. Jn 14, 15).

120. También María es Madre de Misericordia porque Jesús le confía su Iglesia y toda la humanidad. A los pies de la Cruz, cuando acepta a Juan como hijo; cuando, junto con Cristo, pide al Padre el perdón para aquellos que no saben lo que hacen (cf. Lc 23, 34), María, en perfecta docilidad al Espíritu, experimenta la riqueza y universalidad del amor de Dios, que le dilata el corazón y le capacita para abrazar a todo el género humano. De este modo, se nos entrega como Madre de todos y de cada uno de nosotros. Se convierte en la Madre que nos alcanza la Misericordia Divina.

María es signo luminoso y ejemplo preclaro de vida moral:«la vida de ella sola es enseñanza para todos», escribe san Ambrosio, que dirigiéndose en particular a las vírgenes, pero en un horizonte abierto a todos, afirma:«El primer deseo ardiente de aprender lo da la nobleza del maestro. Y ¿quién es más noble que la Madre de Dios o más espléndida que Aquélla que fue elegida por el mismo Esplendor?». Vive y realiza la propia libertad donándose a Dios y acogiendo en sí el don de Dios. Hasta el momento del nacimiento, custodia en su seno virginal al Hijo de Dios hecho hombre, lo nutre, lo hace crecer y lo acompaña en aquel gesto supremo de libertad que es el sacrificio total de la propia vida. Con el don de sí misma, María entra plenamente en el designio de Dios, que se entrega al mundo. Acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender (cf. Lc 2, 19), se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (cf. Lc 11, 28) y merece el título de «Sede de la Sabiduría». Esta Sabiduría es Jesucristo mismo, el Verbo eterno de Dios, que revela y cumple perfectamente la voluntad del Padre (cf. Heb 10, 5-10).

María invita a todo ser humano a acoger esta Sabiduría. También nos dirige la orden dada a los sirvientes en Caná de Galilea durante el banquete de bodas:«Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5).

María condivide nuestra condición humana pero con total transparencia a la gracia de Dios. No habiendo conocido el pecado, está en condiciones de compadecerse de toda debilidad. Comprende al hombre pecador y lo ama con amor de Madre. Precisamente por esto se pone de parte de la verdad y condivide el peso de la Iglesia en el recordar constantemente a todos las exigencias morales. Por el mismo motivo, no acepta que el hombre pecador sea engañado por quien pretende amarlo justificando su pecado, pues sabe que, de este modo, se vaciaría de contenido el sacrificio de Cristo, su Hijo. Ninguna absolución, incluso la ofrecida por complacientes doctrinas filosóficas o teológicas, puede hacer verdaderamente feliz al hombre: sólo la Cruz y la gloria de Cristo resucitado pueden dar paz a su conciencia y salvación a su vida.

María
Madre de misericordia,

cuida de todos para que no se haga inútil
la cruz de Cristo,
para que el hombre
no pierda el camino del bien,
no pierda la conciencia del pecado y crezca
en la esperanza en Dios,
«rico en misericordia» (Ef 2, 4),
para que haga libremente las buenas obras
que El le asignó (cf. Ef 2, 10) y,
de esta manera, toda su vida sea
«un himno a su gloria» (Ef 1, 12).

JUAN PABLO II -CONCLUSIÓN DE LA CARTA ENCÍCLICA "VERITATIS SPLENDOR" - SOBRE ALGUNAS CUESTIONES FUNDAMENTALES DE LA ENSEÑANZA MORAL DE LA IGLESIA - 6 de Agosto de 1993

viernes, 19 de marzo de 2010

Novena a Jesus Misericordioso

Esta novena puede rezarse en cualquier tiempo del año, pero en especial del 17 al 25 de cada mes. Culmina con la Misa de los días 26, a las 3 de la tarde, la "Hora de la misericordia" en que Jesús entregó su vida por nosotros. A continuación se publica la novena, la cual se reza, luego de la oracion de cada dia, la coronilla a la Divina Misericordia. y luego recitarse las obras de misericordia.

Dia 1:
Por la humanidad, en especial los pecadores
Padre eterno, mira con ojos de misericordia a toda la humanidad y, en especial, a tus pobres hijos pecadores, cuya única confianza está puesta en el corazón misericordioso de tu Hijo y Señor nuestro Jesucristo.

Dia 2:
Por los ordenados, obispos, presbíteros y diáconos, por medio de quienes la humanidad va hacia tu Misericordia.
Padre eterno, mira con ojos de misericordia a los que trabajan en tu viña, los ministros ordenados, objeto de predilección de tu Hijo y Señor nuestro Jesucristo.

Dia 3:
Por todos los fieles, consagrados y laicos.
Padre eterno, mira con ojos de misericordia a tus fieles, consagrados y laicos, y por la santísima muerte y resurrección de tu Hijo, dales tu bendición.

Dia 4:
Por los que desconocen la Misericordia.
Padre eterno, mira con ojos de misericordia a los que no conocen el corazón misericordioso de tu Hijo y Señor nuestro Jesucristo.

Dia 5:
Por los otros cristianos.
Padre eterno, mira con ojos de misericordia a los demás cristianos y recuerda la pasión de tu Hijo, durante la cual con fervor te pedía: "Que sean uno".

Dia 6:
Por los niños y los que está en el camino de la infancia espiritual.
Padre eterno, mira con ojos de misericordia a los niños y a los mansos y humildes, que son semejantes a tu Hijo y Señor nuestro Jesucristo.

Dia 7:
Por los que confían en tu misericordia y difunden el Evangelio en medio del mundo.
Padre eterno, mira con ojos de misericordia a quienes imitan el corazón misericordioso de tu Hijo y Señor nuestro Jesucristo.

Dia 8:
Por las almas del Purgatorio para que los méritos de Jesús abrevien la pena que merecieron.
Padre eterno, mira con ojos de misericordia a las almas del Purgatorio y mitiga sus penas por la obra salvadora de tu Hijo y Señor nuestro Jesucristo.

Dia 9:
Por los cristianos tibios que viven una vida rutinaria y estancada.
Padre eterno, mira con ojos de misericordia a los cristianos frágiles y tibios, e inflámalos con la fuerza del corazón de tu Hijo y Señor nuestro Jesucristo.

No olvidemos: 11 de abril de 2010, fiesta de la Divina Misericordia. Jesús prometió en darnos TODO lo que le pidamos, si esto es conforme a su voluntad. El nos pide que lo recibamos en la Eucaristia, previamente el sacramento de la reconciliación, con toda la confianza que podamos tener en su misericordia.

viernes, 12 de marzo de 2010

Diálogo entre Dios misericordioso y el alma perfecta

– El alma: Señor y Maestro mío, deseo hablar Contigo.

– Jesús: Habla, porque te escucho en todo momento, niña amada; te espero siempre. ¿De qué deseas hablar Conmigo?

– El alma: Señor, primero derramo mi corazón a tus pies como el perfume de agradecimiento por tantas gracias y beneficios de los cuales me colmas continuamente y los cuales no lograría enumerar aunque quisiera. Recuerdo solamente que no ha habido un solo momento en mi vida en que no haya experimentado Tu protección y Tu bondad.

– Jesús: Me agrada hablar contigo y tu agradecimiento abre nuevos tesoros de gracias, pero, niña Mía, hablemos quizás no tan generalmente, sino en detalles de lo que pesa más sobre tu corazón; hablemos confidencial y sinceramente como dos corazones que se aman mutuamente.

– El alma: Oh mi Señor misericordioso, hay secretos en mi corazón de los cuales no sabe ni sabrá nadie fuera de Ti, porque aunque quisiera decirlos nadie me comprendería. Tu representante sabe algo, dado que me confieso con él, pero tanto cuanto soy capaz de revelarle de estos secretos, lo demás queda entre nosotros por la eternidad, ¡oh Señor mío! Me has cubierto con el manto de Tu misericordia perdonándome siempre los pecados. Ni una sola vez me has negado Tu perdón, sino que teniendo compasión de mí, me has colmado siempre de una vida nueva, la vida de la gracia. Para que no tenga dudas de nada, me has confiado a una cariñosa protección de Tu Iglesia, esta madre verdadera, tierna que en Tu nombre me afirma en las verdades de la fe y vigila que no yerre nunca. Y especialmente en el tribunal de Tu misericordia mi alma experimenta todo un mar de benevolencia. A los ángeles caídos no les has dado tiempo de hacer penitencia, no les has prolongado el tiempo de la misericordia. Oh Señor mío, en el camino de mi vida has puesto a unos sacerdotes santos que me indican una vía segura. Jesús, en mi vida hay un secreto más, el más profundo, pero también el más querido para mí, lo eres Tú mismo bajo la especie del pan cuando vienes a mi corazón. Aquí está todo el secreto de mi santidad. Aquí mi corazón unido al Tuyo se hace uno, aquí ya no hay ningún secreto, porque todo lo Tuyo es mío, y lo mío es Tuyo. He aquí la omnipotencia y el milagro de Tu misericordia. Aunque se unieran todas las lenguas humanas y angélicas, no encontrarían palabras suficientes para expresar este misterio del amor y de Tu misericordia insondable. Cuando considero este misterio del amor, mi corazón entra en un nuevo éxtasis de amor y Te hablo de todo, Señor, callando, porque el lenguaje del amor es sin palabras, porque no se escapa ni un solo latido de mi corazón. Oh Señor, a pesar de que Te has humillado tanto, Tu grandeza se ha multiplicado en mi alma y por eso en mi alma se ha despertado un amor todavía más grande hacia Ti, el único objeto de mi amor, porque la vida del amor y de la unión se manifiesta por fuera como: pureza perfecta, humildad profunda, dulce mansedumbre, gran fervor por la salvación de las almas. Oh mi dulcísimo Señor, velas sobre mí en cada momento y me inspiras sobre cómo debo portarme en un caso dado; cuando mi corazón oscilaba entre una y otra cosa, Tú Mismo intervenías, más de una vez, en solucionar el asunto. Oh, cuántas e innumerables veces, con una luz repentina me hiciste conocer lo que Te agradaba más.

– Oh, qué numerosos son estos perdones secretos de los cuales no sabe nadie. Muchas veces has volcado en mi alma fuerza y valor para avanzar. Tú Mismo eliminabas las dificultades de mi camino interviniendo directamente en la actuación de los hombres. Oh Jesús, todo lo que Te he dicho es una pálida sombra frente a la realidad que hay en mi corazón. Oh Jesús mío, cuánto deseo la conversión de los pecadores. Tú sabes lo que hago por ellos para conquistarlos para Ti. Me duele enormemente cada ofensa hecha contra Ti. Tú sabes que no escatimo ni fuerzas, ni salud, ni vida en defensa de Tu reino. Aunque en la tierra mis esfuerzos son invisibles, pero no tienen menos valor a Tus ojos. Oh Jesús, deseo atraer las almas a la Fuente de Tu Misericordia para que tomen la vivificante agua de vida con el recipiente de la confianza. Si el alma desea experimentar una mayor misericordia de Dios, acérquese a Dios con gran confianza y si su confianza es sin límites, la misericordia de Dios será para ella también sin límites. Oh Señor mío, que conoces cada latido de mi corazón, Tú sabes con qué ardor deseo que todos los corazones latan exclusivamente por Ti, que cada alma glorifique la grandeza de Tu misericordia.

– Jesús: Hija mía amadísima, delicia de Mi Corazón, tu conversación Me es más querida y más agradable que el canto de los ángeles. Todos los tesoros de Mi Corazón están abiertos para ti. Toma de este Corazón todo lo que necesites para ti y para el mundo entero. Por tu amor retiro los justos castigos que la humanidad se ha merecido. Un solo acto de amor puro hacia Mí, Me es más agradable que miles de himnos de almas imperfectas. Un solo suspiro de amor Me recompensa de tantos insultos con los cuales Me alimentan los impíos. Tu más pequeña acción, es decir, un acto de virtud adquiere a Mis ojos un valor inmenso y es por el gran amor que tienes por Mí. En un alma que vive exclusivamente de Mi amor, Yo reino como en el cielo. Mi ojo vela sobre ella día y noche y encuentro en ella Mi complacencia y Mi oído está atento a las súplicas y el murmullo de su corazón y muchas veces anticipo sus ruegos. Oh niña amada por Mí particularmente, pupila de Mi ojo, descansa un momento junto a Mi Corazón y saborea aquel amor del cual te regocijarás durante toda la eternidad.

Pero, hija, aún no estás en la patria; así pues, ve fortalecida con Mi gracia y lucha por Mi reino en las almas humanas y lucha como una hija real y recuerda que pronto pasarán los días del destierro y con ellos la oportunidad de adquirir méritos para el cielo. Espero de ti, hija Mía, un gran número de almas que glorifiquen Mi misericordia durante toda la eternidad. Hija Mía, para que respondas dignamente a Mi llamada, recíbeme cada día en la santa Comunión – ella te dará fuerza...

viernes, 5 de marzo de 2010

Diálogo entre Dios misericordioso y el alma que tiende a la perfección

– Jesús: Me son agradables tus esfuerzos, oh alma que tiendes a la perfección. Pero ¿por qué tan frecuentemente te veo triste y abatida? Dime, niña Mía, ¿qué significa esta tristeza y cuál es su causa?

– El alma: Señor, mi tristeza se debe a que a pesar de mis sinceros propósitos caigo continuamente y siempre en los mismos errores. Hago los propósitos por la mañana y por la noche veo cuánto me he desviado de ellos.

– Jesús: Ves, niña Mía, lo que eres por ti misma, y la causa de tus caídas está en que cuentas demasiado contigo misma y te apoyas muy poco en Mí. Pero esto no debe entristecerte demasiado; estás tratando con el Dios de la Misericordia, tu miseria no la agotará, además no he limitado el número de perdones.

– El alma: Sí, lo sé todo, pero me asaltan grandes tentaciones y varias dudas se despiertan en mí y además todo me irrita y desanima.

– Jesús: Niña Mía, has de saber que el mayor obstáculo para la santidad es el desaliento y la inquietud injustificada que te quitan la posibilidad de ejercitarte en las virtudes. Todas las tentaciones juntas no deberían ni por un instante turbar tu paz interior y la irritabilidad y el desánimo son los frutos de tu amor propio. No debes desanimarte sino procurar que Mi amor reine en lugar de tu amor propio. Por lo tanto, confianza, niña Mía; no debes desanimarte, [sino que] venir a Mí para pedir perdón, porque Yo estoy siempre dispuesto a perdonarte. Cada vez que Me lo pides, glorificas Mi misericordia.

– El alma: Yo reconozco lo que es más perfecto y lo que Te agrada más, pero enfrento grandes obstáculos para cumplir lo que conozco.

– Jesús: Niña Mía, la vida en la tierra es una lucha y una gran lucha por Mi reino, pero no tengas miedo porque no estás sola. Yo te respaldo siempre, así que apóyate en Mi brazo y lucha sin temer nada. Toma el recipiente de la confianza y recoge de la fuente de la vida no sólo para ti, sino que piensa también en otras almas y especialmente en aquellas que no tienen confianza en Mi bondad.

– El alma: Oh Señor, siento que mi corazón se llena de Tu amor, que los rayos de Tu misericordia y Tu amor han penetrado mi alma. Heme aquí, Señor, que voy para responder a Tu llamada, voy a conquistar las almas sostenida por Tu gracia; estoy dispuesta a seguirte, Señor, no solamente al Tabor, sino también al Calvario. Deseo traer las almas a la Fuente de Tu Misericordia para que en todas las almas se refleje el resplandor de los rayos de Tu misericordia, para que la casa de nuestro Padre esté llena y cuando el enemigo comience a tirar flechas contra mí, entonces me cubriré con Tu misericordia como con un escudo.

viernes, 26 de febrero de 2010

Diálogo de Dios misericordioso con el alma que sufre

– Jesús: Oh alma, te veo tan doliente, veo que ni siquiera tienes fuerzas para hablar Conmigo. Por eso te hablaré sólo Yo, oh alma. Aunque tus sufrimientos fueran grandísimos, no pierdas la serenidad del espíritu ni te desanimes. Pero dime, niña Mía, ¿quién se ha atrevido a herir tu corazón? Dímelo todo, dímelo todo, sé sincera al tratar Conmigo, descubre todas las heridas de tu corazón, Yo las curaré y tu sufrimiento se convertirá en la fuente de tu santificación.

– El alma: Señor, mis sufrimientos son tan grandes y diversos y duran desde hace tanto tiempo que el desaliento ya empieza a apoderarse de mí.

– Jesús: Niña Mía, no puedes desanimarte; sé que confías en Mí sin límites, sé que conoces Mi bondad y Mi misericordia. Así pues, hablemos, detalladamente de todo lo que pesa más sobre tu corazón.

– El alma: Tengo tantas cosas variadas que no sé de qué hablar primero ni cómo expresar todo esto.

– Jesús: Háblame simplemente, como se habla entre amigos. Pues bien, niña Mía, ¿qué es lo que te detiene en el camino de la santidad?

– El alma: La falta de salud me detiene en el camino de la santidad, no puedo cumplir mis obligaciones, pues, soy un sufrelotodo. No puedo mortificarme ni hacer ayunos rigurosos como hacían los santos; además no creen que estoy enferma y al sufrimiento físico se une el moral y de ello surgen muchas humillaciones. Ves, Jesús, ¿cómo se puede llegar a ser santa en tales condiciones?

– Jesús: Niña, realmente todo esto es sufrimiento, pero no hay otro camino al cielo fuera del Vía Crucis. Yo Mismo fui el primero en recorrerlo. Has de saber que éste es el camino más corto y el más seguro.

– El alma: Señor, otra vez una nueva barrera y dificultad en el camino de la santidad: por ser fiel a Ti me persiguen y me hacen sufrir mucho.

– Jesús: Has de saber que el mundo te odia, porque no eres de este mundo. Primero Me persiguió a Mí, esta persecución es la señal de que sigues mis huellas con fidelidad.

– El alma: Señor, me desanima también que ni las Superioras ni el confesor entienden mis sufrimientos interiores. Las tinieblas han ofuscado mi mente, pues, ¿cómo avanzar? Todo esto me desanima mucho y pienso que las alturas de la santidad no son para mí.

– Jesús: Así pues, niña Mía, esta vez Me has contado mucho. Yo sé que es un gran sufrimiento el de no ser comprendida y sobre todo por los que amamos y a los cuales manifestamos una gran sinceridad, pero que te baste que Yo te comprendo en todas tus penas y tus miserias. Me agrada tu profunda fe que, a pesar de todo, tienes en Mis representantes, pero debes saber que los hombres no pueden comprender plenamente un alma, porque eso supera sus posibilidades. Por eso Yo mismo me he quedado en la tierra para consolar tu corazón doliente y fortificar tu alma para que no pares en el camino. Dices que unas tinieblas grandes cubren tu mente, pues, ¿por qué en tales momentos no vienes a Mí que soy la luz y en un solo instante puedo infundir en tu alma tanta luz y tanto entendimiento de la santidad que no aprenderás al leer ningún libro ni ningún confesor es capaz de enseñar ni iluminar así al alma? Has de saber además que por estas tinieblas de las que te quejas, he pasado primero Yo por ti en el Huerto de los Olivos. Mi alma estuvo estrujada por una tristeza mortal y te doy a ti una pequeña parte de estos sufrimientos debido a Mi especial amor a ti y el alto grado de santidad que te destino en el cielo. El alma que sufre es la que más cerca está de Mi Corazón.

– El alma: Pero una cosa más, Señor: ¿qué hacer si me desprecian y rechazan los hombres, y especialmente aquellos con quienes tuve derecho de contar y además en los momentos de mayor necesidad?

– Jesús: Niña Mía, has el propósito de no contar nunca con los hombres. Harás muchas cosas si te abandonas totalmente a Mi voluntad y dices: Hágase en mí, oh Dios, no según lo que yo quiera sino según tu voluntad. Has de saber que estas palabras pronunciadas del fondo del corazón, en un solo instante elevan al alma a las cumbres de la santidad. Me complazco especialmente en tal alma, tal alma Me rinde una gran gloria, tal alma llena el cielo con la fragancia de sus virtudes; pero has de saber que la fuerza que tienes dentro de ti para soportar los sufrimientos la debes a la frecuente Santa Comunión; pues ven a menudo a esta fuente de la misericordia y con el recipiente de la confianza recoge cualquier cosa que necesites.

– El alma: Gracias, oh Señor, por tu bondad inconcebible, por haberte dignado quedarte con nosotros en este destierro donde vives con nosotros como Dios de la misericordia y difundes alrededor de Ti el resplandor de Tu compasión y bondad. A la luz de los rayos de Tu misericordia he conocido cuánto me amas.

viernes, 19 de febrero de 2010

Diálogo entre Dios misericordioso y el alma desesperada

– Jesús: Oh alma sumergida en las tinieblas, no te desesperes, todavía no todo está perdido, habla con tu Dios que es el Amor y la Misericordia Misma. Pero, desgraciadamente, el alma permanece sorda ante la llamada de Dios y se sumerge en las tinieblas aún mayores.

– Jesús vuelve a llamar: Alma, escucha la voz de tu Padre misericordioso.

En el alma se despierta la respuesta: Para mí ya no hay misericordia. Y cae en las tinieblas aún más densas, en una especie de desesperación que le da la anticipada sensación del infierno y la hace completamente incapaz de acercarse a Dios.

Jesús habla al alma por tercera vez, pero el alma está sorda y ciega, empieza a afirmarse en la dureza y la desesperación. Entonces empiezan en cierto modo a esforzarse las entrañas de la misericordia de Dios y sin ninguna cooperación de parte del alma, Dios le da su gracia definitiva. Si la desprecia, Dios la deja ya en el estado en que ella quiere permanecer por la eternidad. Esta gracia sale del Corazón misericordioso de Jesús y alcanza el alma con su luz y el alma empieza a comprender el esfuerzo de Dios, pero la conversión depende de ella. Ella sabe que esta gracia es la última para ella y si muestra un solo destello de buena voluntad aunque sea el más pequeño, la misericordia de Dios realizará el resto.

– [Jesús]: Aquí actúa la omnipotencia de Mi misericordia, feliz el alma que aproveche esta gracia.

– Jesús: Con cuánta alegría se llena Mi Corazón cuando vuelves a Mí. Te veo muy débil, por lo tanto te tomo en Mis propios brazos y te llevo a casa de Mi Padre.

– El alma como si se despertara: ¿Es posible que haya todavía misericordia para mí? pregunta llena de temor.

– Jesús: Precisamente tú, niña Mía, tienes el derecho exclusivo a Mi misericordia. Permite a Mi misericordia actuar en ti, en tu pobre alma; deja entrar en tu alma los rayos de la gracia, ellos introducirán luz, calor y vida.

– El alma: Sin embargo me invade el miedo tan sólo al recordar mis pecados y este terrible temor que me empuja a dudar en Tu bondad.

– Jesús: Has de saber, oh alma, que todos tus pecados no han herido tan dolorosamente Mi Corazón como tu actual desconfianza. Después de tantos esfuerzos de Mi amor y Mi misericordia no te fías de Mi bondad.

– El alma: Oh Señor, sálvame Tú mismo, porque estoy pereciendo; sé mi Salvador. Oh Señor, no soy capaz de decir otra cosa, mi pobre corazón está desgarrado, pero Tú, Señor...

Jesús no permite al alma terminar estas palabras, la levanta del suelo, del abismo de la miseria y en un solo instante la introduce a la morada de su propio Corazón, y todos los pecados desaparecen en un abrir y cerrar de ojos, destruidos por el ardor del amor.

– Jesús: He aquí, oh alma, todos los tesoros de Mi Corazón, toma de él todo lo que necesites.

– El alma: Oh Señor, me siento inundada por Tu gracia, siento que una vida nueva ha entrado en mí y, ante todo, siento Tu amor en mi corazón, eso me basta. Oh Señor, por toda la eternidad glorificaré la omnipotencia de Tu misericordia; animada por Tu bondad, Te expresaré todo el dolor de mi corazón.

– Jesús: Di todo, niña, sin ningún reparo, porque te escucha el Corazón que te ama, el Corazón de tu mejor amigo.

– El alma: Oh Señor, ahora veo toda mi ingratitud y Tu bondad. Tú me perseguías con Tu gracia y yo frustraba todos tus esfuerzos; veo que he merecido el fondo mismo del infierno por haber malgastado Tus gracias.

Jesús interrumpe las palabras del alma y [dice]: No te abismes en tu miseria, eres demasiado débil para hablar; mira más bien Mi Corazón lleno de bondad, absorbe Mis sentimientos y procura la dulzura y la humildad. Sé misericordiosa con los demás como Yo soy misericordioso contigo y cuando adviertas que tus fuerzas se debilitan, ven a la Fuente de la Misericordia y fortalece tu alma, y no pararás en el camino.

– El alma: Ya ahora comprendo Tu misericordia que me protege como una nube luminosa y me conduce a casa de mi Padre, salvándome del terrible infierno que he merecido no una sino mil veces. Oh Señor, la eternidad no me bastará para glorificar dignamente Tu misericordia insondable, Tu compasión por mí.

jueves, 11 de febrero de 2010

Diálogo de Dios misericordioso con el alma pecadora

– Jesús: No tengas miedo, alma pecadora, de tu Salvador; Yo soy el primero en acercarme a ti, porque sé que por ti misma no eres capaz de ascender hacia Mí. No huyas, hija, de tu Padre; desea hablar a solas con tu Dios de la Misericordia que quiere decirte personalmente las palabras de perdón y colmarte de Sus gracias. Oh, cuánto me es querida tu alma. Te he asentado en Mis brazos. Y te has grabado como una profunda herida en Mi Corazón.

– El alma: Señor, oigo Tu voz que me llama a abandonar el mal camino, pero no tengo ni valor ni fuerza.

– Jesús: Yo soy tu fuerza, Yo te daré fuerza para luchar.

– El alma: Señor, conozco Tu santidad y tengo miedo de Ti.

– Jesús: ¿Por qué tienes miedo, hija Mía, del Dios de la Misericordia? Mi santidad no Me impide ser misericordioso contigo. Mira, alma, por ti he instituido el trono de la misericordia en la tierra y este trono es el tabernáculo y de este trono de la misericordia deseo bajar a tu corazón. Mira, no me he rodeado ni de séquito ni de guardias, tienes el acceso a Mí en cualquier momento, a cualquier hora del día deseo hablar contigo y deseo concederte gracias.

– El alma: Señor, temo que no me perdones un número tan grande de pecados; mi miseria me llena de temor.

– Jesús: Mi misericordia es más grande que tu miseria y la del mundo entero. ¿Quién ha medido Mi bondad? Por ti bajé del cielo a la tierra, y por ti dejé clavarme en la cruz, por ti permití que Mi Sagrado Corazón fuera abierto por una lanza, y abrí la Fuente de la Misericordia para ti. Ven y toma las gracias de esta fuente con el recipiente de la confianza. Jamás rechazaré un corazón arrepentido, tu miseria se ha hundido en el abismo de Mi misericordia. ¿Por qué habrías de disputar Conmigo sobre tu miseria? Hazme el favor, dame todas tus penas y toda tu miseria y Yo te colmaré de los tesoros de Mis gracias.

– El alma: Con Tu bondad has vencido, oh Señor, mi corazón de piedra; heme aquí acercándome con confianza y humildad al tribunal de Tu misericordia, absuélveme Tú Mismo por la mano de Tu representante. Oh Señor, siento que la gracia y la paz han fluido a mi pobre alma. Siento que Tu misericordia, Señor, ha penetrado mi alma en su totalidad. Me has perdonado más de cuanto yo me atrevía esperar o más de cuanto era capaz de imaginar. Tu bondad ha superado todos mis deseos. Y ahora Te invito a mi corazón, lleno de gratitud por tantas gracias. Había errado por el mal camino como el hijo pródigo, pero Tú no dejaste de ser mi Padre. Multiplica en mí Tu misericordia, porque ves lo débil que soy.

– Jesús: Hija, no hables más de tu miseria, porque Yo ya no Me acuerdo de ella. Escucha, niña Mía, lo que deseo decirte: estréchate a Mis heridas y saca de la fuente de la vida todo lo que tu corazón pueda desear. Bebe copiosamente de la fuente de la vida y no pararás durante el viaje. Mira el resplandor de Mi misericordia y no temas a los enemigos de tu salvación. Glorifica Mi misericordia.